Un blog personal sobre el carril bici que une Tres Cantos con Madrid y Colmenar Viejo.

lunes, 16 de enero de 2012

El día que corrí por una sonrisa y la encontré (pero hecho polvo)

El pasado 27 de marzo tuve la genial idea de apuntarme a una carrera de la que ya me había hablado Risco el día que le conocí por el carril bici: Corre por una sonrisa (aquí tenéis la página). He de decir que la carrera estuvo genial, me lo pasé de miedo (y nunca mejor dicho, ahora os cuento por qué), si bien hay que resaltar que la sonrisa de la que habla el nombre de la carrera es en África...

Además, esta carrera los tricantinos la corríamos en casa, así que no me la podía perder. Ya pronto por la mañana, cuando me dirigía al cercanías para recoger a unos amigos, se veía que los organizadores de la prueba nos tenían preparadas unas sorpresitas muy majas:


[Tercer obstáculo: tubos por los que se tiene que arrastrar uno cual lagartija]



[Segundo obstáculo... ¡contenedores para obras!]


Yo, incauto de mí, me dirigí a la pista de atletismo tras recoger a mis amigos. En esta foto puede verse toda la energía que tengo antes de la prueba:



Mi amigo el del sombrero está pensando en echarse una buena siesta, porque tiene toda la pinta de que voy a tardar lo suficiente en llegar a la meta como para que alcance la fase REM. Mi amiga que está a mi izquierda se está frotando las manos y sólo lamenta no haber traído palomitas.

Con los habituales nervios y ganas de antes de empezar, cogemos todos un globito, y ¡pum! Todos a correr:



Como ilustra la siguiente foto, había disfraces para todos los gustos:



Creo que no se me ve en las fotos, pero yo empecé la carrera con una mostoleña disfrazada de caperucita roja.

Este fue el primer obstáculo. Cuando lo vi pensé «bah, poca cosa»...



Fijaos en el Bob Esponja. Madre mía, pobrecillo. No quiero pensar cómo habrá hecho para pasar por debajo del alambre espino al final de la prueba.

Luego llegaron los fatídicos contenedores de obra que están en la foto más arriba. No tenían agua (me comentaron que en ediciones anteriores, sí), pero tenían su intríngulis. Sobre todo para los chicos, porque al superarlos uno tenía que preocuparse además de esa parte de su cuerpo que queda más o menos a la altura del borde del contenedor... si a eso le añadimos la dificultad masculina de hacer varias cosas al mismo tiempo (como el tener cuidado con las mencionadas partes y al mismo tiempo entrar y salir de los contenedores) vemos que la cosa se complicaba.

Tras algunos rodeos por el Parque Central llegamos a los tubos que están en la primera foto de la entrada. Esos fueron facilones. Más tarde llegamos a un punto en el que el recorrido nos hacía pasar justo por el arroyo artificial que hay en el Parque Central. Me lo pensé unos segundos, y una voluntaria de la carrera me dijo «por el centro, por el centro», y yo me dije «si trato de evitar ir por el arroyo tardaré un montón de tiempo». Así que me lancé. Chof chof chof. Madre mía, ahora a correr con las zapatillas mojadas, y encima casi se me queda un zapato en el arroyo con el fango...

En la prueba no sólo había que usar todo el cuerpo, sino que además los organizadores aprovecharon todas las subidas posibles que había en el Parque Central. Y yo he corrido bastantes veces por este parque, ¿cómo es posible que hubiera tantas cuestas y yo no las viese antes?

En una de esas tenía que subir un buen trozo y un voluntario con acento argentino me dice «vamos, que te quiero ver». Me pregunto si el desgaste psicológico es parte de la prueba o si era fruto del voluntario en cuestión...

Como es natural, nos tocó subir todos los peldaños que hay entre el estanque y el montículo de la Torre del Agua. Yo empezaba a no notar las piernas, pero seguía por inercia. Ahora que ha pasado tanto tiempo no me acuerdo de todos los obstáculos, pero desde luego no les faltó imaginación (ni perversidad) a los organizadores: cuerdas para subir, toboganes hechos con plástico y voluntarios que nos enchufaban con mangueras, vallas imposibles...

Al final de la prueba, entrando ya nuevamente en la pista de atletismo, y tras pasar debajo del alambre espino, llegó la parte más chunga de todas: la superpared. Una pared de tres metros que impresionaba. Todavía no sé cómo la subí. Había un voluntario que todavía debe de tener agujetas desde ese día porque ayudó a muchos a subir poniendo las manos a modo de peldaño para poner el pie. Este es el momento álgido dela prueba en el que yo ya terminé con el sufrimiento, metros antes de llegar a meta:



¡¡Uf!!

Nunca acabé una carrera tan guarro, pero realmente ¡ha sido una carrera muy divertida! Espero no perderme la próxima (debéis de pensar que soy un poco masoca...). Al final de la carrera había un montón de cosas, aunque lo que más me dolió fue no poder comer la pizza, que sólo había con jamón (para mí, que soy vegeta, el detalle conmigo lo tuvieron en la Media Maratón de Achill Island, mi primera media; allí había hamburguesas para los que finalizaban, y yo ya pensaba que no tendría nada, cuando resulta que para los vegetarianos tenían hambuerguesas de soja, sólo había que pedirlas ¡qué majos!)

Si además de los fondos de la carrera, envían a África el vídeo con nosotros sufriendo, seguro que además de sonrisas habrá risas. Eso sí, había muchísimos voluntarios, en una carrera solidaria como esta, se agradece que haya tanta gente con ganas de ayudar.

Cosme, ¿tú qué opinas?

sábado, 7 de enero de 2012

Presentación de Galgo

«no ha mucho tiempo que vivía
un hidalgo de los de lanza en astillero,
adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor»




Este párrafo del principio de Don Quijote me sirve para darle nombre a la nueva bici que compré a medias con Verdinha. Como podéis ver es una bici plegable, muy versátil para llevar en ciudad, tramos cortos y compartir con otros medios de transporte. Por ejemplo, se puede uno ir en bici + tren, y volver en taxi si las condiciones lo requieren, porque uno la pliega, y zas, para el maletero que va. Y uno la puede llevar a muchos más sitios, porque es como si fuera una maleta. Si te admiten una maleta grande, te admiten una bici plegable.

A verdinha no le convence mucho el nombre, pero es que Don Quijote y Sancho Panza, fuente de inspiración para mis bicis españolas, no tienen más animales que Rocinante y el Rucio. Al galgo corredor Cervantes sólo lo menciona al principio de la novela y no vuelve a acordarse más de él en toda la obra (pobre), pero es suficiente :)

Galgo me ha venido como anillo al dedo en los últimos meses. Mi laboratorio se mudó en octubre a otro centro de investigación y ahora trabajo cerca de Chamartín. Ir en bici a Madrid desde Tres Cantos es algo que he hecho a menudo, pero no a diario. Y además estos meses he perdido bastante la forma y he dedicado muchas energías a otras cosas, razón por la cual todavía no me había animado a ir a diario en bici a trabajar. Con Galgo me he ahorrado 2h 30min cada semana, sólo por ir de casa al cercanías, y del cercanías al trabajo.

Además, como Galgo se pliega y lo subimos al piso (o lo metemos en un bar, o donde sea), es mucho más cómodo cogerlo y llevarlo a cualquier lado, aunque sea muy cerca (mientras que para Rucio o Rocinante, como tengo que sacarlos del cuarto de bicis, y atarlos fuera, a veces no compensa).

Pero a cada trayecto le corresponde su especialista. Para trayectos más largos (cuando cojo el carril bici que me lleva a Madrid o a la UAM, por ejemplo), ya no apetece tanto llevar a Galgo, porque con esas ruedas tan pequeñas hay que pedalear más veces para hacer la misma distancia (una vez se me ocurrió ir de la UAM a Tres Cantos en él, y menudo latazo). Ahí Rocinante sigue siendo quien manda (igual que Rucio es el campeón de los caminos de tierra), y es a él a quien recurro ahora que estoy empezando otra vez a ir a trabajar en bici (íntegramente).

Pero de esto último os hablaré más adelante.