Un blog personal sobre el carril bici que une Tres Cantos con Madrid y Colmenar Viejo.

viernes, 13 de julio de 2012

Conociendo a Joaquim Agostinho

Esta entrada relata la historia entre un corredor popular bloguero (que no es lo mismo que corredor bloguero popular) y un ciclista de élite.

Empecemos por lo segundo.

Había una vez un campesino portugués de Torres Vedras de origen humilde (como pasa con muchos campesinos). Hasta los 25 no se había especializado en ningún deporte, pero el tío debía de estar bastante cachas, no se sabe si era de tanto darle a la azada o si de correr de un lado para otro en la guerra de Mozambique (que por entonces la mili no era ninguna tontería). Le dio al ciclismo como podía haberle dado a la esgrima. Pero como tenía un amigo ciclista, en lugar de un florete le dieron una bicicleta (al menos eso dicen), y dejó impresionados a quienes le vieron.

Ahí le vio un francés con bastante ojo, que se lo llevó a dar vueltas y tures, y empezó a ganar etapas. Y, aunque nunca llegó a ganar ninguna Vuelta ni ningún Tour, se quedó muy cerca. Más cerca que ningún otro portugués hasta la fecha. Así que bien se podría decir que era el Induráin de poniente.

Pero, ironías de la vida, tras haber sobrevivido al frente de la guerra de Mozambique, que seguro que era más peligroso que ir en bici por la calle, estando en una carrera (la primera en la que participaba después de cinco años de retiro), a pocos metros de la meta, se cruzó con un perro al que no le habían explicado lo que se cocía. Del perro no se sabe cómo acabó, pero de Joaquim Agostinho sabemos que se partió la cabeza en el accidente. Con ayuda, y con la cabeza abierta, logró terminar los últimos metros a duras penas. No llevaba casco (y diréis que soy un pesado, pero a las velocidades que alcanza un ciclista profesional justo antes de llegar a meta...) y la fractura debía de ser importante porque tuvieron que ingresarlo. Falleció a los pocos días.


Estatua conmemorativa en homenaje a Joaquim Agostinho en su ciudad natal


Cuando estaba en pleno auge, en su ciudad natal se hizo una competición de ciclismo internacional que circulaba en varias etapas por los alrededores (aquí más información sobre el troféu).

Ahora vamos con la segunda parte de esta historia.

Había una vez un corredor aficionado tricantino que se apuntaba a muchas carreras populares. Tenía también un blog. Se había propuesto correr 10 kilómetros a 7 minutos por milla para el 26 de agosto. La fecha no era muy buena por los calores, pero tenía la ventaja de que se iba de vacaciones cerca del mar, a Portugal, y ahí hacía más fresquito. Puesto que le sobraban unos kilos, el objetivo mencionado le resultaba complicado (tenía que hacer los 10 km en 43:30, cuando sólo una vez había conseguido bajar de 45), con lo que decidió dividirlo en objetivos más asequibles. Y no le iba mal, porque entrenando y haciendo series consiguió correr una carrera en 45:07.

Se apuntó a una carrera en Portugal, no muy lejos de Lisboa. A dos días de la carrera, tocaba hacer el último entrenamiento. Para ello se puso a mirar meticulosamente los mapas de google para conocer la zona, y encontró una ruta muy interesante. Había que subir mucho al principio, pero luego era mucho más fácil. Tras dedicar el mismo tiempo a preparar la carrera que el que iba a emplear en correr, se calzó las zapatillas y se lanzó a la calle.

El tiempo era agradable, aunque con mucho viento. Lo que le sorprendió a nuestro corredor era que la calle estaba cortada. Como en Madrid cuando hay manifestaciones (últimamente muchas). Pero siguió adelante, pensando en los doce kilómetros que tenía al frente. Al cabo de un kilómetro, en una rotonda, comprendió por qué la calle estaba cortada: parece que había una carrera de ciclismo. Un ciclista iba subiendo a lo lejos con un coche detrás asistiéndole (animándole, vaya). Pero no pasa nada, cuando pase el pelotón la cosa se tranquilizará. Pidiendo permiso a un policía, continuó su carrera por donde le indicaba el circuito. Al poco rato, pasó un ciclista como una bala con otro coche detrás. La gente estaba asomada a las ventanas de las casas y a las puertas de las tiendas para ver la prueba. Cuando pasó el ciclista, lo único que tenían para mirar era el corredor popular este que iba en dirección contraria. Al salir del pueblo, llegó otro ciclista como una bala (como para ellos era cuesta abajo, iban muy rápido, a sesenta o más por hora). Era una contrarreloj. La cosa dejó de tener gracia a la salida del pueblo: la carretera se estrechaba y había algunas curvas. En el mapa de google quedaba más bonito. Pasó otro ciclista muy veloz y muy cerca. Quién me iba a decir que me iba a dar más miedo un ciclista que un coche. Y bueno, detrás del ciclista venía el coche. Y no miraban por donde iban (es que si se trata de una carrera).


Dice el cartel: «Fue aquí en el circuito de Barro, en Navidad de 1967, cuando Joaquim Agostinho corrió por primera vez e mostró su gran talento»


El corredor estaba un poco confuso, y sobre todo, contrariado. La carrera más importante antes del gran día, y no podía correr por donde quería. Pero la seguridad era lo primero. Así que nuestro corredor dio media vuelta, y, con cuidado por los ciclistas que seguían pasando regularmente cada dos minutos, salió del circuito bajo la mirada extrañada de los espectadores. Empezó a correr aleatoriamente por el pueblo, sin saber muy bien por dónde ir, porque no había preparado el circuito. Aquí se le acababa una acera, aquí empezaba una autovía, aquí estaba lleno de semáforos... Al final, cansado de dar tumbos de un lado para otro, decidió volver a casa con apenas 35 minutos recorridos.

Entonces, nuestro corredor popular, curioso por lo que había sucedido, miró internet, se enteró de toda la historia, y como además de corredor (y ciclista urbano) era bloguero, decidió relatar lo sucedido en su blog a modo de homenaje a aquel ciclista. Y no menos contento de haber dado media vuelta y no haber acabado montando un follón tremendo como aquel perro hace 28 años (el cual se debió de sentir como nuestro corredor bloguero, porque a él tampoco le habían dicho lo que pasaba y no debía de entender qué hacían esos ciclistas yendo a toda leche por la ciudad).

miércoles, 4 de julio de 2012

Objetos perdidos en el carril bici

Hace algunos días me sorprendió la iniciativa de un compañero ciclista a quien no conozco pero que felicito desde aquí si está leyendo estas líneas.

Vayamos por partes.

Entre El Goloso y Tres Cantos hay una cuesta que si te la haces un fin de semana suelto, pues bueno, ni la notas, pero si te la haces dos veces al día acaba por parecer un grano en el pie. Yo la llamo la PGC (por Puñetera Gran Cuesta, aunque esto es un eufemismo, cuando la veo acercarse tiene un nombre ligeramente distinto). Otros ciclistas la llaman El Mortirolo, en alusión al Mortirolo original, supongo. Para que os ubiquéis os pongo un mapa (la flecha verde indica el lugar):


Ver el Mortirolo tricantino en un mapa más grande


(Las cuestas no me fastidian especialmente, pero esta en concreto me resulta como un grano en el pie, más que nada porque no comprendo por qué existe como tal: perfectamente se podría haber hecho el carril bici a pocos metros esquivando la subida).

Bueno, me estoy yendo por las ramas. Al grano.

El hecho es que hace unos días, pasando por ahí, vi esto:



Pasando así de largo no caí en la cuenta de lo que era, pero más tarde, a la vuelta, me fijé mejor, y vi lo que era:



El cartel pone: «llaves y cosas perdidas - dejar aquí».

Caramba, ¡un lugar para objetos perdidos! ¡Qué buena idea! Así que ya sabéis, ya que alguien ha sido tan majo de tener la idea, aprovechadlo.