Un blog personal sobre el carril bici que une Tres Cantos con Madrid y Colmenar Viejo.

viernes, 19 de junio de 2009

El día de la independencia autobusera

Sí señor. Después de cinco meses y medio, lo he conseguido.

Una semana entera yendo al trabajo (y volviendo, claro), sin usar ningún medio que no fueran mis señores jamones.

Y no es porque los conductores del 827 no sean majetes, eh, que me lo paso muy bien echando unas risas con ellos.

De los cinco días de trabajo, he recorrido los diez kilómetros seis veces en bici y cuatro corriendo. Y todo gracias a (atención: redoble de tambores) la fórmula 1+2+1: ir al trabajo en bici, volver a casa corriendo (dejando que la bici duerma en la UAM), ir corriendo al día siguiente y volver en bici. Es una fórmula mucho más eficaz que la que usaba antes: ir corriendo y volver en bus (o al revés) cuatro días a la semana, e ir y volver en bici un día a la semana.

Corriendo no me he lucido, mis tiempos han estado entre 50:00.71 y 50:46.52, cuando debería ser capaz de hacer el recorrido en 45 minutos. Bueno, poco a poco.

Hoy ha sido un poco un desafío cumplir con este pequeño objetivo por dos razones: una es que dormí cuatro horas y media (cosas del trabajo y del máster) y aún así no sé de dónde saqué las ganas para ponerme la mochila azul de correr y salir zumbando (en lugar de lo que hacía antes en estos casos: prolongar el sueño en el autobús).

La segunda razón por la que se puso un poco cuesta arriba fue por la bici y sus puñeteros frenos. Según salía de la Universidad vi que los frenos ya no estaban muy allá y me dije: «vamos a hacer un alto en el camino para ajustar los frenos». Así que saco mi super llave Allen triangular y me pongo manos a la obra. Cuando ya casi lo tengo, ajusto bien fuerte la tuerca que agarra el cable de frenos... y ahí fue donde ocurrió. ¡Ay mísero de mí, ay infelice! Pues sí, resulta que pasé de rosca la dichosa tuerquecita, y mis frenos pasaron a valer menos que un paquete de pipas para loros con gusa. Esto para el freno delantero. Porque el trasero ya lo tenía que cambiar, cosa que iba aplazando indefinidamente. Y es que resulta que cambiar y ajustar los frenos es la cosa que más odio del maravilloso mundo de la bicicleta.

Pues en esas estaba, sin frenos y a ocho kilómetros de casa. ¿Qué hacer? Pues gracias a Paula aprendí un truquito muy sencillo que puede salvarle a uno el pellejo en estas situaciones (y que no recomiendo a nadie como solución regular): frenar con el freno de emergencia, el pie. Bueno no, el zapato, claro. No, brutos, no se frena con el pie en el suelo, no, ¡que una bici no es un troncomóvil! Se trata de frenar empujando hacia abajo, con el pie, el guardabarros de la rueda trasera de forma que éste apriete la rueda. Requiere un poquito de práctica, pero no es difícil. Así fue como llegué a la tienda de bicis de la Segunda Fase (Tres Cantos sur, para los no tricantinos) donde compré los frenos.

A Platero le queda un recuerdo de este día: el boquete



Si es que la fuerza de rozamiento no perdona...

Y a mí me queda otro recuerdo: la primera vez que paso por el famoso puente verde que veo todos los días...

2 comentarios:

Risco dijo...

Me ha parecido verte a eso de las nueve menos veinte.
Yo iba en coche a Madrid y tú ibas corriendo a la altura de la lápida del puente rojo.
Arreglan bicis en la sengunda fase?

Eynar Oxartum dijo...

Pues creo que me has pillado, porque esta mañana salí de casa hacia las 8:20 y tardo quince minutos en pasar por el Foxá.

Se me reconoce porque cuando voy a trabajar suelo correr con mi mochila azul con las cosas para el día, y un chaleco reflectante amarillo para que me vean cuando tengo que meterme por zona de coches (la entrada al carril por el norte).

En la Segunda Fase, en el Sector Islas, está Ciclo Speed. Venden y arreglan, y siempre me han tratado muy bien.