No, a pesar del nombre, no soy un caballo. Soy la bicicleta de carretera de Eynar. Para quienes no me conozcáis, Eynar me presentó en esta entrada, y ha hablado varias veces de mí.
Sé que no estáis acostumbrados a que una bicicleta escriba en un blog, y probablemente os estaréis preguntando cómo estoy tecleando en estos momentos. Sin embargo, Eynar me ha dicho que él está vago y que escriba yo.
Todo empezó el pasado verano. La cosa iba viento en popa cuando un día Eynar se rompió un dedo y dejó de usarme a mí y a Rucio, (mi compi) para ir a trabajar. Poco después cambiaron el lugar donde trabajaba a Madrid, lo cual duplicaba la distancia entre el trabajo y casa. Me venía con excusas de que las mudanzas son una lata y que si uno se tiene que adaptar a los nuevos lugares... en fin.
Yo me quedé en el cuarto de bicis a descansar y Eynar contrató a un compañero nuevo, Galgo. Un tipo engreído, especialista en distancias cortas que se las da de versátil, porque dice que cabe en cualquier sitio. Con el tiempo Galgo me desplazó y yo me quedé sin empleo. Pasé noviembre y diciembre cogiendo polvo mientras Eynar, por lo que me decían, iba cogiendo michelines al tiempo que aprovechaba los minutos extras en el cercanías para leerse la Segunda Parte de El Quijote.
Ya sabéis que cuando uno no tiene trabajo le da muchas vueltas a las cosas, y eso no puede ser bueno. Los frenos se me desajustaron, las ruedas se me deshincharon y los radios se aflojaron. Probablemente a Eynar le estaba pasando lo mismo en versión biológica. La Navidad fue muy triste, porque llevaba mucho tiempo sin tener nada que hacer. Pero entonces un buen día se abrió la puerta del cuarto de bicis. Era Eynar. Venía para decirme que tenía la sana intención de volver a las andadas, que la vida era muy cómoda yendo en tren y tal, pero que no era el estilo de vida que le gustaba. ¡Qué ilusión! ¡Volvía a tener trabajo! Volverían los paseos matutinos por el campo. Y los días que Eynar hiciera el camino corriendo, yo podría descansar.
Eynar dedicó bastante tiempo en ponerme a punto. Me cambió las cubiertas de las ruedas por otras con más agarre, más urbanas. Le dio la vuelta a mi manillar, con lo que se podía ir más erguido. Luego en Menina Bike me pusieron un transportín (que no fue fácil, porque no tenía por dónde agarrarlo), y más tarde un cesto (que a Eynar le ahorraba mucho tiempo cada día, ya que antes pasaba mucho rato colocando la mochila con pulpitos).
El 30 de diciembre fuimos por primera vez al trabajo Eynar y yo juntos. Ya habíamos ido muchas veces a Madrid, pero no con la idea de que fuera algo regular para hacer a diario.
Me sentía de maravilla. ¡Volvía a ser útil! Galgo se dedicó principalmente a transportar a Verdinha dentro de Tres Cantos y yo hacía el trabajo duro.
Duro. Esa es la palabra. Un buen día Eynar se acordó de cuando consiguió la independencia autobusera (es decir, el día en que consiguió, por primera vez tras cinco meses y medio, completar una semana seguida yendo a trabajar usando sólo la bici o sus zapatillas de correr). Y sintió nostalgia. Pensó que era hora de conseguir la independencia ferroviaria. Es decir, nada de usar el tren (bueno, en realidad, nada de usar cualquier cosa que no fuera un servidor o sus zapatillas de correr).
Lograr este objetivo se hizo complicado. No es difícil hacerlo un día, pero hacerlo una semana seguida, con las vicisitudes de cada momento, es harina de otro costal. El jueves me dijo que quería correr y que sólo le llevase hasta la UAM. Así lo hice. Me quedé allí, atada, y él siguió corriendo. Yo pasé la noche en la UAM, como tantas veces que Eynar aplicó la fórmula 1+2+1. A la mañana siguiente, el viernes, yo me esperaba que volvería corriendo para que yo terminara el viaje con él hasta Madrid. Pero sorpresa: ¡resulta que venía andando! ¿Qué habría pasado?
Me contó que la tarde anterior, cuando se fue corriendo, su rodilla izquierda empezó a doler más y más. Nada muy grave, pero que podría echar a perder el reto que nos traíamos entre manos. La idea de venir a recogerme en bus era muy tentadora. Pero como es tan cabezota, al final decidió que no. Que si no se podía correr, que se lo haría andando. La rodilla molestaba para correr, pero andar sí que lo aceptaba sin amenazar con una lesión. Puso el despertador una hora antes, y en una hora y cuarenta ya estaba en la UAM.
Esa misma tarde volvimos juntos. Misión cumplida.
Quien lea estas líneas podría pensar que Eynar me ha prometido una cadena nueva a cambio de que ande haciendo publicidad de él para que pueda presumir de que pedalea mucho y tal. Nada más lejos. Precisamente lo pongo como ejemplo de que la gran mayoría de vosotros también podría hacerlo (si quisiera). Si alguien como Eynar, que tuvo una de las infancias y juventudes más sedentarias posibles, se anima a ir de Tres Cantos a Madrid y vuelta cada día, ¡probablemente pueda casi cualquiera!
Así que os animo a ello. Si os cuesta hacer una hora de bici diaria, siempre podéis hacerlo gradual: primero proponeros un día a la semana (los viernes suelen ser una buena opción). Si os gusta, vais haciendo más días. Y si no, pues oye, lo dejáis, que nadie os obliga.
2 comentarios:
Se sale esta entrada, como la cadena cuando bajas un puerto de montaña. ¡Enhorabuena!
Yo he sido un privilegiado por haber podido montar a Rucio... lo cual me recuerda que tenemos una entrada pendiente. En cuanto se me ocurra un "Picor Cerebral style", te cuento algo.
OLI I7O
¿Qué tal en Villalba?. ¿Te gustó?.
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