Un blog personal sobre el carril bici que une Tres Cantos con Madrid y Colmenar Viejo.

jueves, 29 de enero de 2009

قرطبة

Imaginemos por un momento el mundo hace mil años. Mil años. Es fácil decirlo, pero no basta con decirlo, además hay que imaginarlo. No había electricidad, ni comunicaciones (aparte de palomas mensajeras, mensajeros y sistemas por el estilo). Casi todos los vehículos estaban limitados a animales o barcos. Las distancias eran mucho mayores y el mundo parecía más grande. Una población de 2000 habitantes se podía considerar grande, y la gente contaba las veces que había ido en su vida a la "ciudad grande", que probablemente hoy en día sea una capital de provincia, o quizá no llegue a eso.

Hace mil años la gente estaba acostumbrada a ver a lo largo de su vida un mundo poco cambiante, constante en el tiempo, y con gentes de constumbres similares en los alrededores (la excepción a esto quizá fueran los puertos, donde llegaban gentes de lugares muy lejanos y que hablaban lenguas extrañas).

Hace mil años, en el año 1009. La cantidad de gente que sabía leer y escribir en el mundo era probablemente equivalente a la gente que hoy en día es capaz de programar en C. No es que fueran todos unos incultos, es que nadie sentía la necesidad, excepto los profesionales de la escritura (igual que hoy en día sucede con los programadores).

En ese mundo tan distinto, donde las ciudades eran islas en medio de los campos, y no al revés, la Península Ibérica estaba dividida entre tres culturas: los cristianos, los musulmanes y los judíos. Tres religiones que habían hecho de los temores y necesidades de la población una herramienta de poder. Tres religiones cuyas gentes, sin plantearse siquiera otra forma de vida, consideraban que habían evolucionado mucho con respecto a sus ancestros paganos, que creían en muchos dioses, todos ellos falsos. Unos pensaban que aún tenía que llegar el mensajero del dios único, para que les indicara el camino. Otros pensaban que ya había llegado mil años antes. Y los terceros creían que aquel mensajero era un gran profeta, pero que no había sido el último y que hubo otro que completó lo que hasta entonces se había dicho. Todos pensaban llevar la razón y que los demás se equivocaban. A veces esto conllevaba guerras y sangre. Otras veces no, y conseguían convivir en paz.

En este mundo, había una ciudad, hace mil años, que destacaba por encima de todas las que estaban a su alrededor. Una ciudad cuyo esplendor era admirado y envidiado. Córdoba. 365 000 amaneceres separan ese mundo del mundo de hoy.

Dediquemos unos segundos a imaginarlo.













Durante esos 365 000 amaneceres hubo muchos cambios. A los pocos días, en el año 1009, el Califato de Córdoba comenzaba a sumirse en una profunda crisis. El hijo de Almanzor fue asesinado, lo que supondría el comienzo de una guerra civil.

Al final, una de las tres culturas de la Península logró imponerse a las demás, reescribiendo como podían la historia para indicar que ellos eran los que mejor hacían las cosas. Las gentes de hoy son los descendientes de los de antes; al fin y al cabo, sólo se marchó la aristocracia, pero es que cuando llegaron, también vino únicamente la aristocracia; la gente es la misma desde tiempos prerromanos (todo esto según un artículo de Nature o Science que leí hace muchos años, y según el cual sólo hubo un intercambio genético del 6% entre la Península y el Norte de África; si alguien encuentra el artículo, que deje un comentario). De modo que creo que la frase "cuando estaban aquí los moros" es equivocada, deberíamos decir más bien "cuando nosotros éramos musulmanes". Puede gustarnos o no, pero siendo como era que en aquellos tiempos la cultura y la ciencia se transmitían a través del mundo árabe, podemos estar bien orgullosos de ello.

365 000 amaneceres más tarde, un tipo que en su tiempo libre escribe un blog sobre sus aventuras en un carril bici visitó esta ciudad por razones de trabajo. Y ahora paso a hablar en primera persona.

Nunca había estado antes en Córdoba, y lamentablemente, por diversas razones, no iba a tener nada de tiempo para visitar la ciudad a pesar de que me iba a quedar tres días.

El segundo día me tocaba correr. Rechacé ir a cenar con los compañeros para poder levantarme a las 5:30 de la mañana y salir a que trabajaran mis zapatos. El hotel, se encontraba cerca de una especie de paseo/parque entre la avenida de la Libertad y la avenida de América. Un paseo estupendo al que tenía pensado darle diez vueltas. Más que nada porque cuando corro una de las cosas que más odio es tener que pararme en los semáforos. Como tampoco me gusta saltármelos, lo que suelo hacer es adaptar mi recorrido de manera que no tenga que cruzar ninguna calle, como hacía en Dublín cuando daba diez vueltas a la manzana que había enfrente de casa. Dar diez vueltas al paseo era suficiente para mantenerme entretenido cerca de una horita.

A las 5:30 sonó el despertador y salté de la cama. Si me levantaba más tarde ta no me iba a dar tiempo para correr, así que había que aprovechar. ¡A correr!

Historia de una carrera por una ciudad con historia

minuto 1> Cruzo la calle y empiezo a correr. No sé si a la recepcionista del hotel le habrá parecido normal ver a un tipo salir de manga corta en invierno, pero con guantes y bufanda, pero me da igual.

minuto 4> Entrando en calor. Mientras voy completando la primera vuelta paso el rato pensando en la ciudad que estoy visitando y no visitando a la vez. Y en la ilusión que me haría ver la mezquita. Y me fijo en que siendo tan pronto, apenas hay coches por la calle. Y que se puede cruzar la calle sin tener que parar ni ponerse en peligro (ni un coche en el horizonte). Y... caramba, quiero ver la mezquita, ¡y ahí mismo decido que la voy a ver! No tengo ni idea de dónde está, pero tengo cierta idea de dónde está el centro de la ciudad, más que nada porque sé que estoy al norte, así que me desvío de mi recorrido cerrado inicial y me lanzo a la aventura. Voy corriendo por la avenida del Gran Capitán.

minuto 6> Paso al lado del Corte Inglés. Adelanto a dos chicas que andaban como si estuvieran un poco borrachas y que se asustaron al verme pasar. Oigo detrás que se ríen por haberse asustado, y al parecer los efectos del alcohol las lleva a intentar seguirme corriendo (por lo menos eso intuyo por el ruido de los tacones), pero sólo unos segundos. Un mendigo que estaba durmiendo en la calle asoma la cabeza para ver quién anda corriendo y qué pretende. Le he despertado.

minuto 7> De vez en cuando paso cerca de algún edificio que parece antiguo, pero no se trata de la mezquita, fijo. Tengo una teoría: cuando vea la mezquita sabré reconocerla. No la he visto nunca, y tampoco la recuerdo bien en fotos (siempre que he visto fotos de la mezquita la he visto por dentro, y en esta ocasión sólo iba a poder verla por fuera). Corriendo corriendo, me termino la avenida del Gran Capitán.

minuto 8> voy corriendo por calles cada vez más estrechas y cada vez más peatonales. La ciudad pasa de parecer Madrid (con el Corte Inglés, calles anchas, y cosas por el estilo) a parecer un encantador pueblecito manchego de casas bajas. Otras veces me recuerda a las callecitas de Toledo. Es buena señal, eso es que estoy en el centro histórico. Sigo corriendo en la misma dirección, o por lo menos todo lo recto que me dejan ir las calles. Si me paso, el Guadalquivir me indicaría que tengo que retroceder.

minuto 9> Calles cada vez más pequeñitas. Salgo a una calle más grande. Se ve una torre en una esquina, y el suelo es de adoquines, como los que hay enfrente del museo de El Prado.

minuto 10> el edificio es grande, y lo voy bordeando en el sentido de las agujas del reloj. Es grande... ¡¡Es la mezquita!! ¡No puede ser otra cosa! Y la torre era el minarete/campanario. Se ve una imagen de una virgencita antes de llegar a la esquina. Voy mirando a la fachada del edificio.

minuto 11> Se ven muchas puertas con todo el aspecto árabe que puede tener una puerta. Y ventanas. Está como reconstruido, pero se percibe perfectamente el aspecto austero árabe. Nada de imágenes, como mucho figuras geométricas. Las limitaciones incentivan la imaginación. No se pueden hacer imágenes de seres humanos, pero uno puede hacer todos los motivos geométricos que quiera. En esto recuerdo la Alhambra, palacio campeón del mundo en geometría.

minuto 12> Le doy una segunda vuelta. Es impresionante. En parte porque estoy solo. No hay nadie en la calle, sólo yo corriendo, como un loco, alrededor de la mezquita. Es una interacción entre ella y yo. O mejor dicho, entre los geniales arquitectos que la construyeron y yo. Ellos murieron hace mucho tiempo, pero siguen hablando conmigo a través de su obra. Así, en soledad, es mucho más impresionante. Sin guiris ni gentes locales que distorsionen el significado de lo que representa. Si no miro a mi izquierda, que es dónde están los distintos locales y tabernas del siglo XXI, es como si estuviera allí, hace mil años. Las gentes de la Córdoba de aquel tiempo podrían estar durmiendo, y yo por ahí corriendo antes del amanecer. Es una emoción que no sé muy bien cómo describir.

minuto 17> Tras un par de vueltas me fijo en una especie de puerta o arco grandote, y tiro para allá.

minuto 18> Oh, pero si estaba al lado del Guadalquivir, ¿o debería decir Wadi al-Kabir? (río grande, en árabe) Y mira, hay un puente. Un puente que parece muy viejo y que en mi ignorancia no sabía en ese momento que era un puente tan romano como el de Mérida sobre el Guadiana. Como no podía ser de otra manera, a por el puente voy.

minuto 19> En el otro extremo del puente hay otro arco inmenso, muy antiguo y muy bonito. Corro al otro lado del río. Ahora que veo la Mezquita en la distancia... ¡ya no parece una mezquita! Ahora se parece mucho más a una catedral cristiana. Y es que se nota que construyeron una sobre la otra. Cuando corría justo al lado apenas había ángulo para ver la parte superior. Ahí era una mezquita. Ahora, desde el otro lado del río, y con los laterales cubiertos por las casas cercanas ya no era una mezquita. ¡Magia! Pero magia de la buena, ríete tú de David Copperfield. Convertir una mezquita en una catedral en un minuto no es algo que se pueda ver en muchos sitios del mundo.

minuto 23> Corro por el otro lado del río hasta el siguiente puente. Un puente con un aspecto muy moderno y con el número 2003 marcado en cifras grandes (el año en que se terminó, vamos, digo yo).

minuto 25> Regreso a la mezquita y doy otro par de vueltas. Qué maravilla. La única imagen humana que veo es la de la virgen. No sé si hay más, pero uno cuando va corriendo tampoco tiene mucho tiempo para fijarse en los detalles. Pero es que esta es la historia de una carrera, y si me paro ya no estaré corriendo. No es bueno ni malo, pero es una forma de darle un carácter a mi visita a Córdoba.

minuto 26> Me decido a emprender la vuelta. Va a ser más difícil, tiene pinta de que va a ser cuesta arriba, por eso de que uno se aleja del río, pero no importa.

minuto 28> Corriendo por las callecitas pequeñas y estrechas del centro, paso por un edificio que tiene un cartel donde pone "La Sinagoga". Una fachada que no tenía nada de particular, aparte de que parece ser muy vieja. Si no es por el cartel ni me hubiera fijado. En medio de las callecitas, entre casas, parecía como si estuviera mimetizada. También me fijo en una estatua que luego supe que era de Maimónides. Claro, ¡quién si no!

minuto 32> Salgo por un lateral pasando por una puerta por un lugar que parece una muralla (luego miré y supe que se trataba de la Puerta de Almodóvar), y aparezco en una avenida grande. En dos metros me he salido del centro histórico. Parecería el Paseo de la Castellana si no fuera por las palmeras. Qué curioso. Edificios de apartamentos, bares. Qué contraste. Han pasado mil años en un abrir y cerrar de ojos. Con sólo cruzar una puerta.

minuto 35> Voy corriendo por la avenida aquella. Ni idea de dónde estoy, pero imagino que corro hacia el norte. No había pasado antes por ahí. Sí, ahora estoy oficialmente perdido. Bueno, no es tan grave, la ciudad no es grande.

minuto 36> Me meto por una de las callecitas a la derecha, y de pronto llego a la avenida del Gran Capitán. No sé mucho de Córdoba, pero por suerte sólo he estado perdido unos pocos minutos. Tengo suerte de tener buena orientación.

minuto 38> Vuelvo a pasar por el Corte Inglés, una de las referencias que tengo... Aún no hay tráfico ni nada. El que salga a esta hora a trabajar no se puede quejar de atascos.

minuto 40> Llego al paseo del principio, y le doy otra vuelta pensando en la carrera tan buena que me he dado.

minuto 45:12.68> Llego al hotel. Ahora toca una ducha, desayuno y vuelta al curso de bioinformática en el campus de Rabanales. ¡Qué bien lo he pasado! No tengo palabras, pero sí muchas emociones.

2 comentarios:

emonje dijo...

Hola, yo hace unos años hice esa carrera pero acabé "huyendo" de las ratas porque huí de la ciudad por un camino junto al río. Si vuelvo a Córdoba probaré ese callejeo. Gracias por tus comentarios en mi blog. Yo no soy mucho de escribir ni de contestar comentarios pero si lector asiduo ;-)

Eynar Oxartum dijo...

¡Qué curioso que tú también hicieras esa carrera! Yo no me encontré ninguna rata, pero no me habría extrañado encontrar unas cuantas al otro lado del río...

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