Por ejemplo hoy en la XIII carrera pedestre de Tres Cantos, que son 15 kilometritos de na'. Tengo un amigo que dice que correr es de cobardes. Hoy éramos más de mil cobardes poniendo pies en campos de Polvorosa. El más cobarde de todos el etíope, Fikadu Bekele ¡Menudo tío!
Es la primera carrera en la que participo este año, hacía un frío tremendo, y aún así vino mucha gente y yo lo pasé estupendamente.
Todo empezó el otro día, cuando en la parada del autobús me encontré este cartelote:
Todo lo que sea una excusa para correr me vale: ¿Que hay que ir a trabajar? Me vale. ¿Que hay que volver a casa? Estupendo. ¿Que hay una carrera a la que apuntarse? Fenomenal. ¿Que está lloviendo? No importa, ya tengo ropa extra en el trabajo. ¿Que está nevando? Guay, ¡me llevo la cámara de fotos! ¿Que voy a perder el tren? Quita quita, que eso cansa mucho.
El caso es que estoy contento. Estaba preocupado, porque estoy algo desentrenado. Al mudarme a España me he pasado un mes enterito sin correr y se nota. Ahora que estoy empezando, no sé si debería meterme una carrera tan larga. Máxime cuando esta semana ya tengo 34 kilómetros en las piernas. Pero oye, si me canso, pues voy más lento y ya.
Total, que voy para la carrera y... ups, ¡el dinero de la fianza para el chip! Vuelta a casa. Vuelta a salir. Ups, ¡el DNI! No voy a correr indocumentado... Vuelta a casa a por el DNI. Oh no, se ha hecho tarde. Hala, corriendo a la salida que si no no llego para el principio de la carrera. Soy lo peor. Eso sí, me vino bien el calentamiento. Luego no me pidieron el dinero de la fianza, y lo del DNI era una tontería, porque para eso tiene uno un dorsal con números bien gordos que lo identifican. Tonterías que le pasan a uno.
Entre la lesión de la cadera del pasado verano, y la mudanza internacional, esta es la primera carrera "oficial" que corro desde el la carrera de cinco millas en Dublín, del lejano 12 de julio, me digo a mí mismo que si lo corro en menos de 90 minutos (seis minutos por kilómetro), me doy con un canto en los dientes. En esta población hay tres cantos para elegir, y muchos piños, así que... (¿qué pasa? ¿que no puedo hacer chistes malos? ¿o qué?)
Empieza la carrera y cuando voy por el segundo kilómetro miro el reloj. Hm... estoy corriendo a 4:50 el km. Eso es más rápido de lo que estoy entrenando estos días. Pero me siento bien y no tengo la sensación de estar forzando nada. Al paso por el tercer kilómetro sigo manteniendo el ritmo. Y por el cuarto. Ya empiezo a pensar en que puedo terminar la carrera en menos de... a ver... aritmética elemental... ¡1h 15! Animado por el nuevo objetivo, sigo corriendo.
Kilómetro cinco: miro el tiempo en el cronómetro de mi móvil. Ups, 24:22, parece que estoy aflojando, tenían que ser 24:10. Me dan una botellita de agua en el kilómetro cinco que me valio para atragantarme. Paso por el km 6, y la cosa empeora: en vez de 29:00 son 29:35. En el km 8 el afloje generalizado es patente: 39:39, lo que quiere decir que estoy acercándome peligrosamente a un ritmo de 5 min/km. Y aún falta la mitad.
Ni me doy cuenta de por dónde estoy corriendo. Yo voy viendo torres del agua, elefantes azules, puentes sobre parques... Nada, yo sólo sigo la corriente humana. Ya es distinto del principio. Al principio es una especie de marabunta donde el principal objetivo es no ser pisado, unido a no pisar a nadie. Por la mitad de la carrera hay más espacios, y ya la gente está agrupada por ritmos, de manera que siempre se corre cerca de los mismos. Me fijé en un tipo que estaba a unos veinte metros delante de mí, y que tenía una braga naranja en la cabeza (no, bragas no, una braga, caramba). El cabrón seguía ahí delante, al igual que muchos otros. Era como si fueran pasando la ciudad por debajo de los pies y nosotros estuviéramos quietecitos contemplándolo todo.
¿Conseguiré llegar al km 10 antes de los 50 minutos? En esto estaban mis pensamientos. El día era soleado y estupendo, y como correr ocho kilómetros calienta el cuerpo, ni hacía falta llevar guantes. A pesar de estar a cero grados o así.
Llego al kilómetro 9 con un tiempo de 44:46. Parece que sí que conseguiré llegar al kilómetro 10 en menos de 50 minutos. Premio de consolación, porque ya no sé si aguanto el ritmo hasta el final. Bueno, oye, se intenta pero... es que al final no he entrenado nada en diciembre. No se le pueden pedir peras al olmo.
La marca del km 10 no aparece. Tras un giro nos encontramos con una cuesta guarra que esfuma mis sueños de conseguir incluso mi premio de consolación. Empujo un poco. Al menos aguanta el ritmo hasta el kilómetro diez, venga, digo para mis adentros. Paso la marca de los 10 km, y el asqueroso de mi cronómetro marca 50:00.10. No lo he conseguido por una décima se segundo. ¡Una décima! Hay gente que es condescendiente consigo misma en estos casos, pero yo no. El cronómetro es mi árbitro y el momento en que aprieto el botón al pasar al lado del cartel es el veredicto. No me llevo ni el premio de consolación. Al fin y al cabo decía que me daba con un canto en los dientes si lo hacía en menos de 90 minutos, ¿no?
Me ofrecen más agua pero paso (y nunca mejor dicho lo de "paso"), beber y correr es una tarea ardua.
Corro algo cabreado hasta el km 11, donde llego ya con 55:09. La cosa empeora, pero ya sabía que iba a ser así. El tipo de la braga naranja está un pelín más lejos, pero no demasiado. Quizá él también se esté quedando sin fuelle. En mis carreras de 10 km frente a mi casita en Dublín a veces me pasaba: empezaba muy animado y luego no me quedaba para el final. Alguna vez acabé a un ritmo de seis minutos por kilómetro o peor.
Entonces es cuando me cabreo conmigo mismo. Vamos a ver, quedan cuatro cochinos kilómetros ¿y no soy capaz de remontar diez segundos? ¡Diez segundos! Ni que estuviéramos hablando de vetetuasaberqué. No, esto no funciona así. Me cabreo con el tipo de la braga naranja sin que él lo sepa y empiezo a apretar. Hay que adelantarle como sea.
Aprovecho una ligera bajada y llego al km 12 en 1h 00:12. Sigo perdiendo, pero ya no pierdo diez segundos por km como antes. Esto está mejor. Hay que empujar más.
No sé de dónde saqué la energía, pero el caso es que antes del km 13 adelanto al de la braga naranja. Ya no le volví a ver el pelo. Bueno, tampoco se lo había visto mucho antes, con la braga esa.
Noté una cosa, y es que comparados con los irlandeses, los españoles son más ruidosos. Menuda novedad, ¿verdad? En las carreras que hacía en Irlanda oía a la gente decir «well done!» así con voz casi normal. Algunos alargaban un poco la "o" de "done", y decían «well dooooone!». También había quien aplaudía. Y ya, más o menos. En España no, en España la gente dice a todo pulmón «¡¡VAMOS VAMOS VAMOS!!», o bien «¡¡QUE TE ESTAMOS PILLANDO CABRÓN!!» (esto dicho entre corredores), o también «¡VENGA JODER, DOS KILÓMETROS Y YA ESTÁ!». Otros corrían cerca de donde estaba la parienta, que tenía una cámara de fotos en la mano. Probablemente el objetivo era sacarle una foto al marido en acción, pero en lugar de eso se la ve rebuscando entre los botones agobiada; probablemente tenga la sensación de que se han multiplicado por cinco (los botones), y no sabe cuál es el de encendido; mientras tanto el marido en cuestión berrea «¡¡VAMOS COÑO!! ¡¡PUES MENUDA FOTÓGRAFA!!».
Nos habíamos quedado en el km 13, y acababa de adelantar al de la braga naranja. No tenía muy claro si era yo el que había avanzado o él que se había quedado atrás, pero lo cierto es que he tenido que empujar bastante. Todo es relativo. Lo que no engaña es el móvil-cronómetro: ahora marca 1h 04:56, estoy otra vez "dentro". Si sigo así me llevo el "premio gordo" (llegar antes de 75 minutos, quiero decir, porque a estas alturas ya había gente pasando por la meta) incluso si me he quedado sin el de consolación. ¡Wow!
No es el momento de aflojar. Empiezo a adelantar a gente. Ahora me he quedado sin la referencia de la braga naranja y necesito otra nueva, pero los finales de carrera son muy extraños: se mezclan los que encuntran energías de donde no las hay, los que habían guardado energías de sobra para el final, y los que se dan cuenta de que se han pasado al principio y se van quedando atrás. En las otras carreras también fue así. Se rompe el orden en el que íbamos todos y ya no tiene sentido seguir a un sujeto concreto. Caos. Este me adelanta, el otro se queda atrás. Vaya lío.
Llego al kilómetro 14 en 1h 09:50, sólo tengo diez segundos de margen y no hay que confiarse. Se empieza a ver a gente que en lugar de correr llevan las bolsas que dan en la meta. Es una especie de recochineo, como el que dice «vosotros aún corriendo y yo me piro para casa». Todo esta en mi interior, claro, a esa gente lo único que le interesa es darse una buena ducha.
Al fondo se ve el cartel que dice "zona de calentamiento", y se empieza a oír la megafonía del tipo que habla en la prueba. Siempre he admirado a esos tipos, consiguen decir palabras y palabras durante cerca de una hora sin tener realmente nada que decir. Y no vale decir «bien, ya ha llegado el 233... bien, ya ha llegado el 356...», ni tampoco «well done!». Ni siquiera «well dooooone!».
Llego a las últimas curvas y la meta está ahí. Está a la vista, pero no lo tengo tan claro, me quedan treinta segundos y una curva... giro la curva... veinte... ah, sí, ¡ahora sí! Paso la meta, aprieto el botón del móvil. Miro. ¡¡1h 14:53.87!! ¡Lo he conseguido por siete segundos! Más tarde confirmo que mi móvil no está en desacuerdo con el chip (me fijo en el tiempo del chip, o tiempo neto, que es el que puedo controlar yo).
Qué emoción. Correr es estupendo. Y vaya sol... Já estou com vontade de ir correr a Meia Maratona de Lisboa de este ano!
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